Correspondencia (1912-1942), Stefan Zweig / Friderike Zweig
Trenta anys decisius
Si ens agrada llegir, hi ha, sens dubte, moltes maneres de procurar conèixer la història d’alguns dels més convulsos anys del segle XX, ja sigui mitjançant llibres d’història, de novel·les que ens hi traslladin —i, en aquest aspecte, les obres de Vassili Grossman, Vida i destí i Repòs etern i altres narracions, entre d’altres, són gairebé insuperables—, o ja sigui de primera mà, accedint a textos escrits en aquells temps. Textos en principi no pensats per publicar-se i, per tant, autèntics.
Trenta anys, llargs, inacabables, dolorosos, inesborrables, que marcaren amb força no tan sols la primera meitat del segle passat, sinó tot ell: som, encara, el producte de les dues guerres mundials i, sobretot, d’algunes de les decisions que els països vencedors van prendre ben poc després d’acabada la segona. I això una persona d’una clarividència —clarividència desvirtuada al final dels seus dies per un excés de pressió, però clarividència, al capdavall— com l’autor de Moments estel·lars de la humanitat, ho va saber diagnosticar amb encert. Amb massa encert, segurament, perquè la seva premonició va ésser una de les raons, sinó la principal, que el va dur a suïcidar-se l’any 1942.
Perquè, si fem cas tant de la seva darrera carta, adreçada a Friedrike, com de les que va escriure poc abans, fa la impressió que si va optar per acabar amb la seva vida —“Cuando recibas esta carta yo me sentiré mucho mejor que antes. […] No puedes imaginar la plácida alegría que me ha invadido desde que tomé tal decisión” (pàg. 467)— no va ésser tant pel que havia patit fins llavors ni pel (molt) que estava patint en aquells moments sinó perquè preveia que el final de la guerra, que encara veia lluny, no aportaria cap solució, ja que el mal causat havia estat massa ingent: “No pensemos demasiado en los años venideros, pues seguro que traerán la destrucción de muchas cosas que nosotros anhelamos: una vida sosegada y algo de seguridad… y que incluso tras el final de Hitler el mundo seguirá teniendo sus problemas para encontrar un nuevo camino, como los tendremos todos nosotros” (pàg. 459).
Probablement és per això que sobta que, com posen de manifest algunes de les cartes que li va escriure en els períodes més complicats o conflictius de la seva relació, no fos capaç d’entendre la seva dona, que seguís essent per a ell una estranya, algú a qui només coneixia de manera superficial malgrat tants anys de convivència.
Potser, també, perquè, en realitat, més que no pas una dona o una companya de vida, el que necessitava Zweig era una secretària, algú que el descarregués de les mil i una gestions insofribles que comporta l’existència social: “Me alegra que tengas previsto volver a viajar en septiembre, mientras yo esté fuera, pues de lo contrario pasaríamos más tiempo separados que juntos […] y yo me sentiría como una simple ama de llaves y secretaria” (pàg. 227).
Per sort, aquesta no és l’única sorpresa que ens depararà la lectura d’aquest epistolari. Les altres, no les desvetllaré, crec que és preferible que siguin els lectors els que les vagin trobant ells mateixos. N’hi haurà ben bé prou dient que descobriran facetes —algunes d’importants, d’altres, menors però no per això menys curioses— poc conegudes de l’autor de tantes obres memorables.
dimecres, 26 de setembre del mmxviii
(Propuesta de) Traducción al castellano:
Correspondencia (1912-1942), Stefan Zweig / Friderike Zweig
Treinta años decisivos
Si nos gusta leer, hay, sin duda, muchas maneras de procurar conocer la historia de algunos de los más convulsos años del siglo XX, ya sea mediante libros de historia, de novelas que trasladen a aquel tiempo —y, en este aspecto, las obras de Vassili Grossman, Vida y destino y Reposo eterno y otras narraciones, entre otras, son casi insuperables—, o ya sea de primera mano, accediendo a textos escritos entonces. Textos en principio no pensados para ser publicados y, por lo tanto, auténticos.
Treinta años, largos, inacabables, dolorosos, imborrables, que marcaron con fuerza no sólo la primera mitad del siglo pasado, sino el conjunto del siglo: somos, aún, el producto de las dos guerras mundiales y, sobre todo, de algunas de las decisiones que los países vencedores tomaron muy poco después de acabar la segunda. Y esto una persona de una clarividencia —clarividencia desvirtuada al final de sus días debido a un exceso de presión, pero clarividencia, al fin y al cabo— como el autor de Momentos estelares de la humanidad, lo supo diagnosticar con acierto. Con demasiado acierto, seguramente, porqué su premonición fue una de las razones, sino la principal, que le llevó a suicidarse el año 1942.
Porque, si atendemos tanto a su última carta, dirigida a Friedrike, como a las que escribió un poco antes, da la impresión de que si optó por acabar con su vida —“Cuando recibas esta carta yo me sentiré mucho mejor que antes. […] No puedes imaginar la plácida alegría que me ha invadido desde que tomé tal decisión” (pág. 467)— no fue tanto por lo que había padecido hasta entonces ni por lo (mucho) que estaba padeciendo en aquellos momentos sino porque preveía que el final de la guerra, que todavía veía lejos, no aportaría ninguna solución, ya que el mal causado había sido demasiado ingente: “No pensemos demasiado en los años venideros, pues seguro que traerán la destrucción de muchas cosas que nosotros anhelamos: una vida sosegada y algo de seguridad… y que incluso tras el final de Hitler el mundo seguirá teniendo sus problemas para encontrar un nuevo camino, como los tendremos todos nosotros” (pág. 459).
Probablemente es por esta razón que sorprende que, como ponen de manifiesto algunas de las cartas que escribió en los períodos más complicados o conflictivos de su relación, no fuese capaz de entender su mujer; que ella siguiese siendo para él una extraña, alguien a quien sólo conocía de manera superficial a pesar de tantos años de convivencia.
A lo mejor, también, porque, en realidad, más que no una esposa o una compañera de vida, lo que necesitaba Zweig era una secretaria, alguien que lo descargase de les mil y una gestiones insufribles que conlleva la existencia social: “Me alegra que tengas previsto volver a viajar en septiembre, mientras yo esté fuera, pues de lo contrario pasaríamos más tiempo separados que juntos […] y yo me sentiría como una simple ama de llaves y secretaria” (pág. 227).
Por suerte, ésta no es la única sorpresa que nos deparará la lectura del epistolario. Las otras, no las desvelaré, creo que es preferible que sean los lectores los que las vayan hallando ellos mismos. Será suficiente si digo que descubrirán facetas poco conocidas del autor de tantas obras memorables.
© Xavier Serrahima 2018
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