Encuentro con libros, Stefan Zweig
Invitación a la lectura
En estos tiempos nuestros, en los que la crítica literaria no acaba de hallar ni su lugar ni su camino —principalmente, porque se tiende a confundir reseña con análisis literario; porque todo el mundo habla de los mismos libros y, lo que es (mucho) más grave, hablan de ellos de la misma manera; porque los amigos solo hablan de los libros de sus amigos y, lo que es igualmente, (mucho) más grave, siempre de manera demasiado (sospechosamente) elogiosa— nada mejor que recibir con los brazos bien abiertos una obra como Encuentro con libros (Begegnungen mit Büchern), de Stefan Zweig, traducida por Roberto Bravo de la Varga, publicada por Acantilado el mes de abril de este 2020.
Un libro que no podría tener un título más acertado o más conveniente: el autor vienés no nos habla de los volúmenes que nos debe de hablar, de los que alguna otra persona ha decidido que se debe de hablar, no se basa en ningún canon más o menos establecido, sino que nos habla de los libros con los que ha ido coincidiendo a lo largo de su vida. De aquellos libros que han supuesto un encuentro, para é, que, por unas razones u otras, le han dejado marca: “para entrar a fondo en una gran novela, para leerla de principio a fin, ésta debe despertar algún tipo de inquietud en mi” (p. 63).
De aquellos que él cree que ha de defender de reivindicar, de dar a conocer a los buenos lectores. Algunos de ells —Witkio (p. 54); Espejo de campesinos (p. 65), Caballero de la muerte (p. 63), La leyenda de Yhyll Ulenspiegel (p. 206)— injustamente olvidados y marginados; otros —Libro de horas (p. 86), Emilo (p. 164), Ulisses (p. 228), Oblómov” (p. 234)— conocidos y reconocidos por todo el mundo, tanto en su tiempo como ahora. Sin llevar a cabo ningún tipo de distinción entre los unos y los otros. Tratándolos y analizándolos con la misma emoción, con el mismo criterio, serio y personal a la vez.
Serio, profesional, porque sin seriedad no puede existir crítica literaria; personal, porque la personalidad de cada autor debe dejar huella en todo lo que escribe; debe estar presente, por más que sea implícitamente, de manera subterránea, en sus análisis literarios; en sus elecciones, en sus consideraciones.
Razón por la cual ninguna crítica de un analista puede ser igual a la de otro analista. Lo que sí ha de ser, no igual, pero sí similar, lo que ha de tener (y mostrar) un similitud, un aire de familia, son las diferentes críticas de un mismo autor. Una similitud en la desemejanza —puesto que cada obra nueva requiere un enfoque diferente— pero similitud, al fin y al cabo.
Sea o no consciente de esto, Zweig lo expresa refiriéndose a Thomas Mann: “lo más importante, aunque no lo parezca, es el sujeto enunciador […] Los trazos con los que perfila cada retrato son una forma de completar el suyo. Sus reflexiones no se centran tanto en el objeto como en su propia persona. El fuego que arde dentro de ellos no es el suyo propio, sino un reflejo del que inflama al autor. […] La mejor manera de componer una imagen del propio yo es enfrentarse al mundo” (p. 131).
De la misma manera que el toque o voz personal de cada escritor debe ser reconocible —reconocible, por supuesto, dentro la diversidad de cada obra—, su tono analítico personal también tiene que serlo. Y el del vienés lo es, y mucho. Y lo es, sobre todo, no solo porque vierte en sus análisis toda su alma, su ser, sino porque sigue o aplica siempre, probablemente sin llegar a ser del todo consciente de hacerlo, un mismo criterio.
Un criterio que, desde mi (modesto) punto de vista, permite convertir sus críticas literarias en muy atractivas, en una garantía de estudio en profundidad; en recomendaciones que debemos tener muy y muy en cuenta. En cuenta porque la mezcla entre el gusto personal, su criterio artístico y la su infrangible honestidad, lo convierte en un prescriptor de primera categoría; en un guía muy fiable.
Un criterio, invisible pero omnipresente, cuyas bases, a lo mejor darse cuenta, comparte con nosotros: “[la única manera de obtener un retrato fiel a la verdad consiste en] un proceso en que se combina el rigor filológico con la sincera admiración por el artista” (p. 220); “Conviene que [la] biografía, tan exhaustiva como bien documentada, se complemente con una investigación moderna” (p. 222); “Charles du Bos bucea en el misterio del alma. Salva cualquier dificultad para llegar al núcleo del problema con perspicacia y erudición” (p. 223); “hombre y obra, vida y poesía, fenómenos distintos pero complementarios, comparten un mismo origen, responden a un impulso único” (p. 226).
Pero, por encima de todo, Encuentro con libros es un elogio de la lectura y, por lo tanto, una invitacióna la lectura. A la lectura y a los libros, entendidos como uno de los regalos más preciosos que la humanidad se ha hecho a ella misma. Según él, junto con el de la rueda, uno de los dos inventos más transcendentales de la historia humana.
Porque, quien no conoce el libro “vive encerrado dentro de unos muros infranqueables, sordo a cualquier reclamo, como un troglodita” (p. 13). Porque, “cuando leemos, ¿no vivimos la vida de otras personas, no miramos con sus ojos, no pensamos con su cerebro?” (p. 15). Porque “no existe ninguna fuente de energía que pueda compararse con la potencia con que la palabra impresa alimenta el alma. Intemporal, indestructible, inalterable” (p. 18).
En definitiva, acercaos a vuestra librería de guardia, haced posible vuestro encuentro con éste libro de Zweig, disfrutarlo y degustadlo: no solo os abrirá las puertas del alma, sino las ventanas a gran cantidad de lecturas. Os invitará a un viaje incomparable, que nunca se acaba; un viaje por “las sombras que envuelven el almas de los hombres” (p. 143). Un viaje que no sabemos nunca dónde nos llevará, pero que siempre nos acaba llevando mucho más allá (y a la vez, mucho más adentro) de nosotros mismos.
divendres, 17 de juliol del mmxx
© Xavier Serrahima 2020
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